Por
su profundidad el río Ozama ocupa el cuarto lugar en importancia en la
República Dominicana. Esta cuenca hidrográfica constituye una fuente de agua
potable, una vía de transporte y un medio de diversión y de embellecimiento del
panorama. A un lado de su desembocadura se visualiza la Zona Colonial, un
destino visitado por decenas de miles de turistas al año.
Pero,
en sus últimos 15 kilómetros el río de mayor extensión de la ciudad de Santo
Domingo hospeda metales, plásticos, químicos, embarcaciones de motor y animales
muertos. Y es, asimismo, el hábitat de especies como el pez Gato y las Lilas,
que evidencian su polución.
El
pez Gato actúa como depredador de otras especies acuáticas y contribuye con su
extinción. Las Lilas, según el consultor ambiental Ezequiel Echevarría, son
plantas invasoras que cubren la superficie del río y –a pesar de que le sirven
para respirar- limitan el intercambio de oxígeno entre el arroyo y el medio.
Los
desechos llegan a la cuenca por parte de las industrias y también de los y las
habitantes que desde 1961 se han asentado en sus márgenes con el fin de
alejarse de las condiciones de pobreza en que se vive en las zonas rurales del
país. Esa ciudadanía ha sido víctima y a la vez culpable de la contaminación
del arroyo. Aprovechan las aguas del río para su aseo personal, pues a sus
casas no llega el agua potable, y en él arrojan sus residuos porque la
estrechez de las calles no permite el paso de un camión de recogida de basura.
Resistencia de
la población
Sin
embargo, incluso después de que sus casas han sido inundadas en temporadas
ciclónicas, los residentes se rehúsan a ser desalojados de las orillas del río porque
en ellas se sostienen con el cultivo de víveres y la cría de gallinas, chivos y
cerdos. “Yo tengo 86 años y no me dan trabajo por parte. Lo’ animalito’ son pa’
uno defende’se”, expresó Santo Marte Canela, residente en la parte baja de La
Zurza, un sector adyacente al río.
Además
de facilitar la actividad agropecuaria, el río Ozama tiene otras atracciones. A
su alrededor se originan manantiales (pequeños pozos de agua cristalina) de los
que las y los moradores de los barrios aledaños disfrutan gratuitamente. “Somo’
pobre’, pero nos sentimo’ bien en lo de nosotro”, vociferó Domingo Franco Pilar
(quien estaba alrededor del pozo Buen Pan) tras ver que el pasado lunes siete
de abril estudiantes de Periodismo indagaban sobre las condiciones de la zona.
De
acuerdo al censo realizado en 2002 por la Oficina Nacional de Estadística (ONE)
al borde del Ozama había 36,381 hogares; pero ese número ha ascendido. “Cada
vez que volvemos al río están construyendo una vivienda nueva”, dijo Gloria
Zacarías, encargada de Relaciones Públicas de Sansoucí Holdings, durante un
recorrido por el Ozama con estudiantes de Comunicación Social de la Pontificia
Universidad Católica Madre y Maestra.
Otros asentamientos que dañan ese
recurso hídrico son las industrias que vierten sustancias tóxicas a través de
las cañadas que dan a las aguas del río Isabela, un afluente del río Ozama. “Hace un tiempo aquí –en la cañada La Zurza- hubo una
explosión debido a los químicos provenientes de las empresas, y muchos niños
murieron”, afirmó Alfredo Candelario, miembro de la Fundación de Saneamiento
Ambiental de la Zurza (Fundsazurza) y residente en ese barrio capitalino. Tras
preguntársele si habitantes se habían quejado de esa situación ante las
autoridades Candelario asintió, y agregó: “¿quién
puede con ese grupo? cuando esas empresas se unen, mueven a los medios -de
comunicación- y no importa la opinión de las comunidades”.
La
contaminación del río Ozama es un fenómeno causado por los bajos niveles de
educación y de oportunidades de la ciudadanía, por la acomodación de las
empresas industriales y por la indiferencia de las autoridades gubernamentales.
Cada una de esas partes ha intentado sanear el río, pero no lo han logrado
buscando soluciones individuales a un problema colectivo.
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